La muerte de Nisman sigue concitando la atención nacional, máxime cuando ayer la presidenta, Cristina Fernández, se desdijo en menos de 48 horas sobre lo que opinaba en cuanto a la forma en que falleció el fiscal. Sus declaraciones, usando otra vez la red social, alteraron al ambiente político, pues dejó mal parados a sus propios colaboradores, aquellos que salieron a abonar la tesis del suicidio después que la mandataria lo dejara sugerido el martes a través de Facebook. Ayer, la oposición salió a cuestionar duramente a la jefa de Estado porque, en lugar de llevar tranquilidad a la población, a partir de que es quien conduce los destinos del país, sólo le añadió incertidumbre a todo este proceso que tiene en vilo al país al sostener que ya no se trataba de un suicidio. Si la propia mandataria está desconcertada frente a tremendo suceso, con inconmensurables implicancias políticas e institucionales, qué le queda al ciudadano común que sigue con atención la cobertura de la muerte del fiscal. El tema, como en días anteriores, continuó ocupando el espacio principal de la portada y, al parecer, seguirá estando allí por varios días más.